martes, 5 de abril de 2016

LUCES DE LA CONCIENCIA

Don Alfredo Duclaud Reguera tenía el tono de la elegancia en todo lo que hacía. Impecable en su vestido, dinámico en el actuar, fiero para tomar decisiones y visionario en el medio del periodismo y la publicidad, era en su momento del encuentro con nosotros, el brazo derecho de los señores Guerrero en La Opinión de la Falcón y Matamoros, el viejo periódico que ya no existe. 

Bebía tequila con cerveza, fumaba cigarros mentolados y cuando decidía algo, golpeaba el escritorio con su puño derecho. Usaba corbatas de seda y tenía esa rara facilidad que pocos poseen para hacer amigos. Convencía a todos porque tenía habilidad para vender y venderse ante los clientes. Enseñaba viéndolo.

A dos años de su muerte en Guadalajara, recordarle es reiterar afectos pero también reconocer con agradecimiento los detalles decisivos que dio al impulso de su joven amigo que se iniciaba en el periodismo y que disfrutaba de sus largas pláticas con sus anécdotas de los héroes de su juventud en la Ciudad de México, en como decía él, "querido e inolvidable Parque Asturias" de la Chabacano.

Planeó el Mundial de 1970 con detalles, presupuestos y personal pero el hombre que cubriría la sede México, Toluca, Puebla se indispuso y echó mano de su joven amigo para la responsabilidad, lo que significó un regalo de Dios para quien sólo tenía proyectado ver el evento por tv y de pronto, le puso a la mano la fortuna única e incomparable de ver en vivo a los grandes astros.

Pelé, Jairzinho, Gerson, Brito, Félix, Piazza, Carlos Alberto, Rivelino, Tostao, el equipo maravilla y campeón. Enfrente Albertosi, Riva, Rivera, Domenghini, Rosatto, De Sisti, Burgnich, Mazzola, los italianos que unos días antes pasaron encima en un 4-3 sobre Alemania, arbitrando Yamasaki. Un partidazo increíble que todavía salta con sus recuerdos en la mente, entre la clase de Beckenbauer, Maier, Overath, Muller, Seeler.

Un día dijo, "mañana vamos con Raúl Cárdenas", DT de la selección mexicana y al llegar al Centro de Capacitación en Santa Úrsula, el recién fallecido lo recibió entre abrazos y luego la conversación, no muy larga pero demasiado fructífera. Ante un brote de indisciplina donde marginó a Borja (astro de ese tiempo) y otros, solamente dijo: "hay algunos que no digieren que yo sea quien dé las órdenes".

Ese joven era su columnista amigo, beneficiado por la fortuna y un azar de la vida, que seguramente respondió a la maravillosa oportunidad, porque desde entonces no ha parado pero ese sueño cumplido no habría sido posible sin la decisión de Alfredo Duclaud Reguera que se asoma para ver su tierra lagunera.
 
arcadiotm@hotmail.com

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