Una noche antes de la goleada, emprende los mismos rituales, esos donde multiplica la ilusión de su futuro con su adorada María Clara. Deberá llevar el mejor atuendo y aparecer en el antro con el vigor de siempre para bailar hasta el amanecer, sin que la bebida le haga perder habla y equilibrio; pero no, esta noche no, tendrá que emplear su archivo de excusas, como entrenador en apuros pues sabe que habrá comentarios, dudas y conjeturas sobre el futuro de su equipo. No quiere que nadie se burle de esta desgracia, del peligro del descenso.
Esa noche antes de la goleada, se va a la cama temprano y se calza la casaca de su club, sustituyendo la pijama. Antes de dormir se mira al espejo, hace algunos movimientos y piensa para sí. “Todo está bien, la defensa va a mejorar con Orlando en el centro y Alcázar en el arco. Adelante, Zaragoza hará goles. La clave es creer en nuestros muchachos, debemos reforzar nuestra autoestima”.
El domingo de la goleada, enchufado y eléctrico, pone el turbo. El corto viaje que significaba un mero trámite, un error de concentración, como les ocurre a los jugadores, según dicen los técnicos, se le presenta y queda embarrado el auto entre los árboles. No puede reaccionar, solamente escucha voces, siente debilidad y sueño, mucho sueño. No hay dolor, solo preocupación por el resultado de los suyos, que ya se baten en la capital contra el líder que avasalla a todos.
“Lo que vemos no es lo que soñamos” dice el médico luego de ver un rato la tv, con el aparatoso resultado que comenta a quien desea escucharle. “Orlando y Alcázar son una coladera. Zaragoza hasta falló un penal. Ya vamos 4-0 y por ningún motivo se lo vayan a decir al paciente, que es apasionado”. No se da cuenta de que no habla pero todo escucha y capta. Está por reventar.
En la media noche, horas después de la goleada, el silencio lo invade todo. El descenso es un hecho y la frialdad se siente en el pecho, porque todos tememos a la locura y a la muerte. Al chico no le importa más nada y solo queda mirar por la ventana midiendo con los ojos la soledad de la calle y se pregunta si esto es un
viaje o un destino; lo cierto es que dejará de vivir en el alambre, porque está visto que el futbol es un depósito sentimental, donde se vive tan cerca del fuego que ese misma llamarada caótica termina por derretir las alas del hombre.