sábado, 30 de enero de 2016

Los Reporteros

                                    

Por Alejandro Tovar


En el periodismo, hacen falta a muchos la profesionalización adecuada, que incluyen la actualización y el estudio permanentes, con una total observación de la ética y una actitud de mayor cercanía con la personalidad del detective de películas antiguas al estilo de Humprey Bogart, porque el reportero debe ser eso, un investigador de tiempo completo que actúa como los turistas, indagando y preguntando todo, teniendo la inquietud de conocer las razones de los hechos.

Muchos de los alumnos actuales de la carrera (con algunas excepciones, desde luego) confían la vida y la profesión a la tecnología, maravilla moderna que pone al mundo de cabeza y lo desnuda en un minuto, porque Internet y teléfonos multiusos dominan la escena y la misma existencia de muchos chicos que sudan cuando no los tienen a la mano, porque más que un medio enriquecedor del estudio, complemento del trabajo y auxiliar importante, se convierte en esclavista.

Aquellos que son convencidos de que las historias están y suceden en la calle, en el campo de acción, que logran definir que no pueden ubicar reportajes dignos frente a una pantalla de PC y que a ésta acudirán cuando vayan a la segunda etapa, luego de investigar y conseguir los datos necesarios para escribir, esos habrán dado un paso adelante en su estudio, trabajo y en su vida misma.

Los que estudian deben amar los libros porque leer es lo más básico para un periodista, lo mejor y lo más importante es leer, leer y leer. La lectura da el conocimiento, da al estilo literario, proporciona la riqueza en el manejo del idioma, el vocabulario para cada momento, la cultura general que hace mejores a todos los hombres, los hace dueños del escenario donde se mueven.

Hay reporteros que lo son por naturaleza. Aquí mismo su amigo vio un par de grandes: Carlos Robles e Higinio Esparza que por muchos años dieron su cátedra diaria en una profunda realización del oficio. Sin computadoras, sin teléfonos móviles milagrosos, solo con el intelecto de su conocimiento, su habilidad para las relaciones y su inteligencia. Con una sola hoja de máquina doblada a la mitad y lapicero. Veían al funcionario de piés a cabeza, conversaban solo haciendo unas cuantas anotaciones, el resto lo llevaban dentro, como si poseyeran una bolsa para acumular acciones y emociones en su cerebro especial.

Llegaban a redacción y hacían bromas y comentarios. Cuando iban a la máquina, dejaban ahí toda aquella carga acumulada apoyándose en esa hojita, como acordeón mágico. Los jóvenes los veíamos hipnotizados porque eran como los jugadores astros, que saben qué hacer con la pelota para llegar al gol.